miércoles, 13 de abril de 2011

XXXII


XXXII


No logro recordar mi verdadero nombre, desde mi más tierna infancia me lo cambiaron por el de un santo cristiano, no conservo mis orígenes, desde que tengo uso de razón vivo en este secarral de trigo y soledad, una cuadra llena de bestias. No rememoro a mi familia, no llegue a conocerlos, pues desde que mi mente retiene imágenes, ellos no forman parte de ellas. Simplemente mi vida esta llena de recuerdos de caballos, siempre estuve rodeado de estos animales tan puros, tan fuertes y nobles, sin lugar a dudas mi verdadera familia. A ellos me dedico, soy el cuidador real, mi vida depende de dispensarles todos los cuidados, de los corceles necesita mi existencia, para seguir viviendo en palacio.

Pero lo realmente interesante, es que soy diferente a todos los que conocí, mi piel es oscura como el carbón, las palmas de mis manos blancas como la leche, mis labios gruesos y no siempre sellados. Simplemente soy dispar, mis rasgos, mi personalidad, mi cuerpo desafía a todos los lugareños. A lo mejor por ello veía cosas desiguales. Por esta peculiaridad será que mi persona, no advierte los paños. Por más que me concentro no logro percibir nada. Primero el rey dice contemplar unos paños maravillosos, luego el camarero dice verlos, después el alguacil tres partes de lo mismo. Así el resto de la corte intuía fantasmas invisibles.

Yo mismo dude en ver la fantasía. ¿Qué hago? Le cuento al monarca que esta en paños menores. Creerá el rey a un negro o al resto de la corte, plebeyos incluidos.

Por fin llegó el gran día, el soberano aparece con el paño, todos lo aplauden, la muchedumbre lo ensalza, el conjunto de los presentes alaban la belleza, todos celebran las ropas maravillosas, será que mi diferencia me hace no ver lo obvio, será que el color de mi piel me hace despreciar la divinidad. Qué triste ver como alaban el embuste, como por no llevar la contraria a su majestad agrandan la burla. Por fin me decidí a contar al rey la evidencia, Señor, a mí no me importa qué observan los demás, pero, o yo soy ciego o vais desnudo. En ese momento el rey empezó a regañarme, a maltratarme. Para que le habré abierto los ojos, todos eran felices en la mentira. Porqué tuve que hablar. Tras escuchar mis palabras los allí congregados empezaron a contar la verdad, a deshacer el embuste, todos dijeron lo que era tan claro como el agua: El rey va desnudo.


Quien te aconseja ocultarte de tus amigos,

Sabe que más te quiere de dos higos.




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